Once hijos, dirigida por Federico Ponce y basada en el cuento homónimo de Frank Kafka, al entrar en la sala, nos recibe con la luz de un proyector directo a nuestro rostro, como testigos de un suceso prontos a ser interrogados, y un escenario en penumbras, donde a contra luz, apenas se vislumbra una figura sentada en una silla.
Esa figura es el padre, esa silla, una especie de trono patriarcal que en el transcurso de la obra ira paseando por un escenario, donde ahora al apagarse el reflector, se delimita con una luz de led al momento en que los hijos entran en escena con movimientos peculiares y acotados, cada uno distinto de otro, como lo serán sus descripciones en el monologo paterno de Kafka.
A medida que avanza la obra, podemos ver a un Padre cínico y déspota, haciendo descripciones de sus hijos que por momentos podrían sonar amorosas y hasta esperanzadas, pero terminan en una decepción, rompiendo con el estereotipo del amor paternal. La representación de este particular padre encarnado por Pablo Caramelo, junto con una puesta en escena de luces y un vestuario sobrio, crea una visual moderna unida a instancias coreográficas que logran generar en este padre un aire de rockstar, adorado por sus hijos cual público fiel incluso ante su desdén, situación cuyos matices comienzan a tomar forma hacia el final, logrando un giro en la relación padre e hijos que muta a lo largo de la obra, atravesada siempre por el lenguaje corporal de estos 12 personajes.
*Domingos a las 21 en Elkafka Espacio Teatral, Lambaré 866*
Puff interesantísimo análisis! Podría decirse que es en cierta forma una representación del patriarcado reflejado en las relaciones parentales y q se trasladan también a las figuras q admiramos. Algo asi como la construcción de un Dios, al q no se lo cuestiona y se alaba a pesar de todo. Kafka es maravilloso, quiero verla ya! Hermosa crónica