Tras la muerte de Fidel resistiendo a su desaparición física reviso algunas cosas que me llevaron a enloquecer con la Revolución. Releo discursos, escucho entrevistas, veo fotos, algo queda indeleble dentro mío, como aquella primera vez, como otras tantas y es el concepto de revolución. Decía Fidel que el significado entre otras cosas era el sentido histórico, no mentir jamás, es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos, es humildad, modestia, es convicción profunda de que no existe fuerza capaz de aplastar la fuerza de la verdad ni de las ideas. Muchos años antes aseveró que “la primera condición de la sinceridad y la buena fe en un propósito, es hacer lo que precisamente nadie hace, es decir, hablar con entera claridad y sin miedo. (…)”los revolucionarios han de proclamar sus ideas valientemente, definir sus principios y expresar sus intenciones para que nadie se engañe, ni amigos ni enemigos”. Y créame estimado lector que si alguna vez nos hemos aproximado a cualquier acto revolucionario por mas diminuto que sea, por más profunda empatía con la causa le confieso que fallamos en no ser claros, en no tomar consciencia del sentido histórico, en no mentir, en no tratar a los demás como seres humanos.
Esta reflexión surge a partir de haber llegado a un excelente trabajo de una documentalista argentina (Valeria Mapelman) sobre una de las peores matanzas que han ocurrido en la comunidad aborigen dentro del marco de lo que nos gusta llamar institucionalmente Democracia. La obra aborda el asesinato de más de 500 indígenas y otros cientos desaparecidos aun sin posibilidades de rastrear sus restos por impericia estatal y falta de recursos de los demandantes. Este hecho ocurrió en el 2do año de presidencia de Juan Perón, lo llaman el “otro” Octubre y me pregunto ¿Cuál es la diferencia entre esta masacre y los asesinatos del ejército argentino en la fatídica “Campaña del desierto”? ¿Cuáles con la dictadura cívico-militar? Seamos sinceros, revisemos la Historia y despeguémonos de ese vínculo que nos han instalado a quienes fuimos escolarizados basado en la buena relación con la burguesía. Las comunidades aborígenes son los dueños de la tierra, nuestros ancestros invadieron e impusieron una nueva forma de vida y ellos no estaban en sus planes. Educarse en la liberación es una asignatura pendiente, porque siguen embotándonos con viejas alianzas que no trajeron más que sangre y dolor.
Como siempre decía Eduardo Galeano “criticar de frente y elogiar por la espalda” método poco utilizado, tal vez por cobardía, tal vez por conveniencia. Es muy fácil reclamar por los oprimidos desde una casa con estufa para calentarla cuando hace frio. Es muy duro mirar para otro lado y conformarse con poco a causa de afirmar que ya no existe nada alternativo. Hay vida, hay posibilidad pero primero necesitamos sincerarnos y advertir que no solo mueren los buenos porque los malos así lo son sino que en decenas de circunstancias somos cómplices. Les sugiero que se tomen un rato para ver Octubre Pilagá, juntémonos, reflexionemos, compartamos con los hijxs porque otro mundo se puede lograr con amor a la humanidad y contra eso no hay fuerza material que acabe por vencer.
Hasta la victoria, siempre!.
A 1200 kilómetros de Buenos Aires, en un paraje llamado La Bomba, en el norte de Argentina, un grupo de ancianos pone fin al silencio impuesto por mas de sesenta años a sus comunidades. Sus memorias preservan fragmentos del pasado que la historia oficial trata en vano de silenciar y reconstruyen lo sucedido en 1947, durante el primer gobierno de Perón, cuando cientos de personas pertenecientes al pueblo Pilagá fueron asesinadas.