Estreno de Rodrigo Soler «A la orilla de lo increíble» con Miguel Lo Cane

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Rodri

Mientras escribíamos la letra con unos acordes de Mike, unos míos y el cadáver exquisito con el que arrancamos, me imaginé la estación de Retiro, el andén de madrugada, el cambio de energía entre el fin de la noche y el comienzo del día, el despertar de la ciudad como metáfora de resurrección.

La última vez que me tomé un tren en Retiro fue antes de la pandemia. Nos fuimos con Mailé a Tigre a pasar el día. En el viaje pasó un vendedor ambulante ofreciendo el Uno. Compré un mazo y se lo regalé a ella. También fue Nico –que hizo en bicicleta esos 30 km–, y allá nos esperaba Iván. Fuimos a comer al lado del río y luego nos sentamos en el embarcadero a fumar. Nos volvimos poco antes del anochecer.

Una vez viajé en tren a La Pampa. Salía de Once y tardaba 15 horas en hacer 545 km porque las vías estaban viejas y si iba más rápido descarrilaba. Ya no existe. Por Loventuel ya no pasaba desde la privatización de los años noventa, cuando cerraron todos los trayectos que no generaban ganancia dejando decenas de pueblos fantasmas desperdigados por el país.

Las batallas nocturnas se apuran a definirse antes de que llegue la luz. Los últimos pasajeros de la noche se mezclan con los primeros del día. La poesía implícita en las estaciones de tren, la nostalgia ineludible de los que dejan la ciudad, la ilusión inocente de los que llegan. Y se va la luna, a veces como sin querer y a veces más tarde, cuando ya el sol inunda la ciudad y todo se ve mucho más esperanzador.

Que se abran las ciudades, que las calles canten su canción y las utopías vuelvan a jugar, que las sombras vuelvan al rincón, que las heridas vuelvan a sanar, y que nunca nos olvidemos que por más invisibles que nos parezcan nuestras almas, la vida siempre está a la orilla de lo increíble.

Mike.

Empezamos a componer esta canción en mi búnker, yo tenía una progresión de acordes y Mike otra así que musicalizamos una parte cada uno. Después fuimos a la cocina y hablamos sobre qué queríamos narrar. Decidimos arrancar la letra con un cadáver exquisito. Soltamos algunas frases cada uno doblando un papel y así salió la primera estrofa. Seguimos intercalando frases de cada uno y completando la letra.

Elegimos hablar de los instantes previos al amanecer, nos imaginamos un escenario urbano, una ciudad renaciendo, el reflejo de la luna, la metamorfosis de la noche en día como si fuera una libélula transformándose en una mariposa. Yo me imaginé una estación de tren. Mike pensó en algo expansivo.

Cada vez que venía tocábamos un par de veces la canción, armábamos algún coro o algún arreglo nuevo, la grabábamos, y luego nos íbamos a la cocina a escucharla mientras tomábamos café, cerveza o vino. Filmamos en diciembre, yo después me fui a Uruguay y de gira a la costa, y le mandé la primera versión del video mientras él viajaba de vuelta a Buenos Aires.

El fin de semana nos juntamos a almorzar, ultimar detalles y a conseguir el objeto que saldría en la portada del video. Queríamos algo que simbolice la noche, el renacer, la ciudad o la transformación. Así que salimos a la calle a buscar un búho, un edificio, una luna, una libélula, una mariposa. En un bazar a tres cuadras del Congreso encontramos unos búhos medios descascarados. El que está en la portada es el único que tenía los dos ojos sanos.

En la cultura celta se pensaba que el búho era el Guardián de la noche, que velaba por las almas y que podía verlas. Las madrugadas, las estaciones y las ciudades están llenas de almas invisibles, de vidas anónimas, y de personajes que van por la vida esperando encontrar a alguien con la misma sensibilidad visual que los búhos.

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