En la novela «Planeta Azul. Memorias de agua, amor y siembra», Yanina Gambetti aborda las consecuencias del extractivismo y de la crisis climática, pero también describe con pasión los espacios de resistencia y construcción de otras realidades, con valores de solidaridad, cooperación y respeto a la naturaleza. Se presentará el 22 de abril en la Ciudad de Buenos Aires.
«Pero si la ciencia ficción, como sostenía Anthony Boucher,
consistía en hacerse la pregunta «¿y si?», entonces…»
Por Guillermo Folguera*
Las obras de ciencia ficción proponen -implícitamente- un doble juego: el de imaginar otros mundos mientras repensamos el nuestro. Este diálogo interno se construye como una danza o péndulo que oscila entre aquello que podría ser y aquello otro que es. Se trata de una conversación entre los mundos posibles y los mundos transitados. Así es como el poder de la ficción despliega sus grandes alas. Yanina Gambetti se apropia de este diálogo y en Planeta Azul. Memorias de agua, amor y siembra, invita -y obliga- a repensar críticamente el mundo real. Hoy ese ejercicio es fundamental y necesario.
Yanina imagina un mundo como el nuestro en el que la crisis socioambiental se ha prolongado algunas décadas más. Manifiesta, de manera sensible a través de su relato, la extensión en el tiempo y la propagación de las consecuencias negativas del mundo real en los cuerpos y en los territorios. La distopía no ocurre por la irrupción de un evento extraordinario, por el contrario, se da a partir de una cotidianeidad que no supo torcer su camino. Lo que conecta nuestro presente con aquel otro mundo no es producto de un accidente, sino de las consecuencias esperables que implican las condiciones de producción y consumo de la actualidad.
De esta manera, la pregunta “¿Y si?” se ubica en un mundo como el nuestro que se limitó a seguir su curso. La respuesta, por otro lado, se ubica en un mundo distópico en el que aparecen acentuados aquellos escenarios que vemos y vivimos cada día.
Algunas de las preguntas que atraviesan esta obra abruman de tan cercanas: ¿Qué podemos esperar si continúan las mismas políticas públicas? ¿Qué puede suceder si no ocurren los cambios necesarios? ¿Qué significa que hoy vivamos en un mundo mejor que aquel que les dejaremos a las siguientes generaciones?
En este mundo posible que dialoga con nuestro mundo real, la pandemia ya no es un evento excepcional. No puede serlo porque las condiciones socioambientales que le dieron origen y expansión nunca fueron alteradas. Pandemia cíclica. Regular. Pandemia que habilita respuestas represivas cada vez más violentas por parte de los Estados empresariales. Discursos políticos que justifican esa violencia y la reproducen en nombre de un supuesto objetivo sanitario y del bien común. Pandemia a través de la cual se relatan acontecimientos que ya conocemos porque los experimentamos en nuestros territorios, en nuestros cuerpos y en este tiempo.
En este mundo posible que dialoga con nuestro mundo real, la crisis climática expande sus esperables consecuencias. En el relato se asume algo que nos cuesta -y nos duele- reconocer: la crisis climática es un problema que ya no tiene vuelta atrás y que marcará el curso de los próximos tiempos. Crisis climática que significa que las condiciones de vida de las comunidades y las naturalezas continuarán deteriorándose. A estos escenarios nos invita a viajar la autora: a los desarraigos de comunidades expulsadas de sus tierras, a los olvidos intergeneracionales, a la pérdida de las condiciones mínimas para una vida digna, a las desigualdades brutales.
En este mundo posible que dialoga con nuestro mundo real, la pérdida del agua se presenta como otra clave del despojo. Pérdida generada por un sobreconsumo en nombre de la “producción”, por precipitaciones cada vez más escasas y por apropiaciones sistemáticas. Pérdidas, al fin y al cabo, que solo nos llevan al cauce de un río seco. Un río que ya no es. Un río que sólo es memoria de aquellos y aquellas que han podido mantener la memoria. Un río que conocimos y que comenzamos a olvidar. Una memoria del agua que sin embargo es preciso de sostener. De la sequía a la inundación, de la inundación al incendio. Una secuencia de destrucción y desigualdad que ya vivimos y que Planeta Azul nos muestra a través de una ventana por donde se ve lo que pasaría si nada diferente pasara.
Pero en el mundo posible que dialoga con nuestro mundo real, no sólo hay ultraje y despojo. En las historias entrelazadas de esta original novela se multiplican resistencias sociales que efectivamente se han dado a lo largo y ancho de nuestro territorio, y que se desmarcan de páginas gastadas de libros de Historia. Resistencias sociales contra el extractivismo, nombres como Andalgalazo o Chubutazo, formas múltiples de decir «basta» nacidas de otras experiencias. Maneras no sólo de frenar el despojo sino también de sostener la esperanza y reproducir la vida.
Planeta Azul nos invita -y obliga- a repensar críticamente el mundo real, a reconocer que el problema ambiental requiere algo más que ambientalismo y que construir desde la mezcla y pluralidad, permite crear mundos mejores. Así, la presencia en la obra de diferentes vertientes del ecofeminismo, de la memoria viva de los pueblos originarios, las luchas de asambleas territoriales o la necesidad de otro tipo de ciencia, riega de manera palpable estas alternativas. Aparece entonces otra pregunta -central- acerca de qué significa América Latina.
Mike Davis señalaba “La ciencia-ficción sucede. En realidad cualquier cosa puede suceder. Pero el escalofrío es diferente de cómo lo esperábamos”. En el libro de Yanina Gambetti el escalofrío no requiere especiales esfuerzos, basta volver a elementos de nuestra cotidianeidad. Es justamente ahí en donde la distopía estremece, al obligarnos a comprender nuestra vida sin naturalizarla. Pero también la distopía ofrecida en esta obra encuentra en las formas de resistencia otra cercanía, a la que abraza.
Este ejercicio de ir hacia el futuro esperado y volver a este presente no busca únicamente rápidos diagnósticos, también propone escenarios de acciones alternativas.
Bienvenidas sean entonces, como señala la novela, las instrucciones para hacer “un puente que nos permita reescribir la historia antes de que sea demasiado tarde”. En definitiva, es en el hacer comunidad en donde encontraremos las formas de nuevos mundos. Hacer comunidad es en la obra de Gambetti una manera realista de esquivar la peor de las ficciones ofrecidas: aquella de que no hay nada que podamos hacer.
Planeta Azul se presentará el viernes 22 de abril, a las 19 horas, en el Museo del Hambre (San Juan 2491).
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