«Lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades«:
Rodolfo Walsh, Carta Abierta a la junta militar en 1977
La carta a la Junta Militar de Walsh viene a la mente cuando escuchamos una y otra vez a funcionarios políticos, judiciales, policiales y de la mayor parte de los medios de comunicación masiva (sino todos) realizar una defensa cerrada de las fuerzas de (in)seguridad, cuando asesinan para proteger la propiedad privada, en forma de tierra o de cámaras de fotos. Los dichos de Patricia Bullrich merecen particular atención. La ministra de Seguridad de la Nación decía, cuando sólo habían pasado 15 días de la desaparición de Santiago Maldonado, que «si hubo algún exceso de la gendarmería lo estamos investigando y lo vamos a castigar». Cuando asesinaron por la espalda a Rafael Nahuel manifestó “Nosotros le creemos lo que nos dicen las fuerzas y no tenemos por qué no creerles”. Y hace algunas horas expresó que Chocobar, policía asesino de Pablo Kukoc, actúo bajo “los deberes de funcionario público”, luego se difundió el video donde se ve cómo lo acribilla por la espalda. En la Revolución de la Alegría, el derecho a matar de las fuerzas de (in)seguridad parece a todas luces garantizado, e incluso fomentado, por los agitadores de “mano dura” y la “tolerancia cero”.
Los diarios masivos dicen que Chocobar mató a “uno de los ladrones”, casi no lo nombran. Se llamaba Juan Pablo Kukoc, tenía 17 años, su madre cuenta que quiso internarlo varias veces por consumo problemático de drogas y alcohol pero se encontró con el vacío –que solo saben quienes lo han recorrido o acompañado- de no encontrar lugar ni respuesta para su problemática y entonces la incertidumbre de la calle vuelve a ser la condena.
El 8 de diciembre en La Boca, Juan Pablo junto a otro compañero, roban e hieren a un turista y huyen del lugar. Acá entra en escena Chocobar, policía de civil, con su arma en mano que se suma a una persecución para dar el primer balazo que impacta en la pierna de Juan Pablo y un segundo que lo mata. Por esta segunda bala se lo procesó como en “exceso de legítima defensa” y se lo embargó por 400.000 pesos. El policía, que seguía en ejercicio administrativo, salió por las redes a pedir ayuda declarando “Disparé porque se venía contra mí y tuve miedo” y obtuvo más de lo que esperaba… la mesa de la Casa Rosada lo recibió personalmente con Macri estrechándole la mano “Estoy orgulloso de que haya un policía como vos al servicio de los ciudadanos. Hiciste lo que hay que hacer, que es defendernos de un delincuente” y Bullrich reafirmando “Quedate tranquilo porque hiciste lo que hay que hacer y te vamos a ayudar a resolver tu situación”. Como un mensaje mafioso, una cofradía en donde pertenecer te salva de los pecados. A las pocas horas se conoce el video del hecho donde se ve a Juan Pablo corriendo, recibe un balazo y cae al piso. Chocobar se acerca y lo remata con un segundo disparo.
A seis meses de la desaparición forzada seguida de muerte de Santiago Maldonado, la familia realizó una actividad que tituló “Justicia por Santiago” en la que se desarrollaron cuatro charlas/paneles que recorrieron distintas aristas de la causa. Es notable la diferencia que el Presidente y la Ministra de Seguridad realizan en relación al trato amigo para con la policía/fuerzas de seguridad (hacia la institución policial, porque de lo que se trata es de crear/profundizar un Estado policial) y el trato siempre hostil, enemigo, para con las familias de las víctimas. Por solo traer un ejemplo los familiares de Santiago Maldonado piden hace tiempo que el gobierno los atienda, pero ese twitter no ha llegado a la Rosada con la misma velocidad que el de Chocobar.
En el panel donde había periodistas de medios masivos y alternativos de comunicación, Cecilia Gonzalez, corresponsal de México que cruzó a Macri en una conferencia de prensa, en un fabuloso relato desgrana una por una las mentiras que se fueron desarrollando desde el Estado en connivencia con los grandes medios de comunicación… frases de cinco palabras por hecho que hacían hojas de indignación: Santiago se fue de viaje, estaba en la estación de servicio, lo levantó un camionero, lo apuñaló un feriante, se cortó las rastas, es un peligroso conocedor de las artes marciales, tenía tres celulares, lo tienen escondido los mapuches, tenía vínculos con grupos terroristas internacionales, era de la RAM, solo por mencionar algunas pocas. Ella marca dos caras de nuestra sociedad, por un lado no solo el tenor y la cantidad de mentiras –que nunca fueron desmentidas ni hubo una disculpa pública ni privada hacia la familia- sino la adhesión que generaron para que entonces Santiago sea un hippie, o un corta ruta, que no merecía ser buscado logrando la complicidad necesaria para permitir los crímenes de Estado que recuerdan a nuestras peores épocas; por otro, la capacidad de lucha del pueblo argentino que no se paraliza ante el miedo y sale a la calle a exigir justicia, a gritar y escrachar ¿Dónde está Santiago? Y viene a la mente la jornada de diciembre última, donde aprendimos a salir con limón cortado y pañuelos en nuestras mochilas, pero salimos igual. “La capacidad del pueblo argentino” de luchar y de poner el cuerpo es algo muchas veces remarcado por cronistas de otras partes del mundo. Una memoria de lucha, casi corporal, que aprendimos de las madres, de las abuelas, de los otros familiares, y amigos, y ahora también de Sergio y Andrea, que parece activarse con fuerza cuando la desaparición forzada aparece de nuevo como posibilidad, como crimen de Estado.
La impunidad como constante
Otro de los periodistas participantes de la mesa habló del miedo. En Esquel había miedo, camionetas con vidrios polarizados, amenazas. Es que allá (como en varias Provincias) la represión y allanamientos ya eran/son cotidianas… Santiago la visibilizó. Alguien trae a la memoria también la represión de Gendarmería en el Bajo Flores donde entraron a balazos mientras ensayaba una murga de niñas y niños. Primero la bala, después la defensa de la Ministra sin dudar hacia las fuerzas de (in) seguridad, nunca la investigación. Bullrich se maneja por actos de fé.
Sergio Maldonado, acompañado por Andrea, custodiaron un cuerpo durante horas, aún no sabían si era Santiago pero 78 días de búsqueda, rastrillaje por los mismos lugares, mentiras, desvíos, operaciones, amenazas, persecución, asesinato mediático, evidenciaban que ya no se podía confiar en nadie y no se equivocaban.
El 2 de Febrero se cumplieron 11 meses de la masacre de los siete de Pergamino. Hecho que no solo es aberrante por dejar que siete pibes murieran quemados en un calabozo, sino por lo que destapa (nuevamente) de las condiciones carcelarias, la situación tanto de quienes entran a un penal o están detenidos ilegalmente en comisarías, como de las familias que quedan del otro lado de la reja, así como también de la impunidad que sigue gozando la maldita policía. El comisario de Pergamino permanece “prófugo” de la justicia hace 11 meses, y es buscado por sus mismos compañeros/as de fuerza.
El texto parece interminable, quedan cosas por decir, desdecir, ampliar. Luego del video, los medios masivos que festejaban el fin de un supuesto garantismo, que aplaudían que el policía actuó y no se quedó de brazos cruzados, que a través de imágenes nos mostraban un turista agradecido abrazando al policía contra un pibito con visera y chomba recién salido del correccional de menores, aquellos medios que celebran que no haya que esperar que un pibe de 13 mate para debatir la baja de imputabilidad, esos no dieron marcha atrás ni siquiera luego del video. El dispositivo con el que todos los días inundan los hogares de cientos de miles que se informan sólo por allí responde a una máxima que ejercitan a diario: miente miente miente que algo quedará.
De la defensa del territorio y la mutación del poder desaparecedor.
“Matar era fácil. “Pero no así, no”, reflexionó Brun con impaciencia y se pegó unos justazos en los borceguíes: a él le correspondía esperar ahí, sentado en el fondo del cañadón mientras Gorbea y sus hombres cazaban del otro lado de esa loma. Pero ya estaba harto de esperar y se había atado el cabestro de su caballo en un pie. Por lo menos quería estar cómodo, aunque con cada disparo que se escuchaba, el animal se estremecía, sacudía la cabeza y pegaba un tirón del cabestro. Podía ser por los disparos –calculó sin precisión– o por algún tábano que lo estuviera mortificando. “Pero no, no”, volvió a reflexionar. Su irritación lo obligaba a ser preciso: no era por los tábanos que su caballo se sacudía así ni se mataba de esa manera.
Y a causa de eso había discutido con Gorbea antes de que saliera a cazar.
“–No, no…” –le había dicho como si lo fatigara discutir sobre la mejor manera de cazar indios–. “No estoy de acuerdo con usted.”
“–¿No? –Gorbea se había sonreído blandamente–. “¿Por qué?”
“–Porque es mucho mejor hacer un rodeo.”
“–¿Como si fueran guanacos?”
“–Como si fueran guanacos o cualquier cosa –había asegurado Brun–. Lo importante es amontonarlos.”
Este fragmento de Los dueños de la tierra de David Viñas sucede en 1892, cuando ya había finalizado la mal llamada Conquista del Desierto y, sin embargo, entonces (como hoy) la impunidad para matar, ya sean patos, indios, o anarquistas, era la misma. 1892 resulta muy lejano en el tiempo, aunque cada vez que pensamos en Santiago Maldonado, se nos vienen a la cabeza, además de su sonrisa y sus ojos, esos videos que vimos en las semanas en que el Poder Ejecutivo Nacional defendía, ya entonces, a la Gendarmería Nacional con frases de Patricia Bullrich como “yo no voy a tirar a un gendarme por la ventana”. Esos videos mostraban a más de 30 o 40 gendarmes, disparando al grito “tírale al negro”.
En 2017 como en 1892. La forma no parece variar demasiado: la cacería. ¿Para qué? Para defender la propiedad privada, mejor dicho, a la tierra como propiedad privada. A seis meses de la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado también se habló de la tierra, de la deuda, de la democracia, de la propiedad comunitaria. De Santiago Maldonado, de su desaparición, de la reacción de la sociedad, de por qué con Santiago sí y con Rafael Nahuel no. De su solidaridad con la exigencia de libertad para el Lonko Facundo Jones Huala (que aún permanece detenido). Y si en algo hubo coincidencia es que Santiago, y todo lo que alrededor de él sucede hace seis meses, puso de manifiesto para muchas más personas algunas cuestiones importantes: la impunidad de las fuerzas de (in)seguridad, la capacidad de y la potencia del poder desaparecedor de un Estado que constantemente operó para desviar del foco: Santiago Maldonado despareció en la represión de la gendarmería el 1 de Agosto, cuando 8 personas cortaban la ruta. Permaneció más de dos meses desaparecido y apareció en un río ya rastrillado anteriores veces.
La desaparición forzada en 2017 nos estremece y capaz nos sirva, ante tanta oscuridad, releer a los sobrevivientes del terror, del genocidio de Estado “sin embargo, el poder muta y reaparece, distinto y el mismo cada vez. Sus formas se subsumen, se hacen subterráneas para volver a aparecer y rebotar. Creo que un ejercicio importante sería intentar comprender cómo se recicla el poder desaparecedor” Santiago nos pone frente a ese desafío que plantea Pilar Calveiro. Intentar comprender, para accionar, cómo opera y muta el poder desaparecedor en un país donde nos pasó Santiago, donde Etchecolatz y otros represores están en sus casas y no en cárceles comunes, donde nos falta Julio López, donde se hacen homenajes a los militares participes del terrorismo de Estado y el jefe del ejército pide “menos historia y más memoria”, donde bajo el pretexto del narcotráfico se militarizan las villas y barrios populares, donde las fuerzas de seguridad matan por la espalda y son felicitadas, donde nos falta Luciano, Rafael Nahuel, los pibes de Pergamino, las pibas víctimas de las redes de trata, lxs 30.000 y tantos otros, y tantas otras. Las violencias, las violaciones de derechos, de los de arriba, de los poderosos de siempre, encuentran la resistencia de los de abajo, de las de abajo, del pueblo, que siempre pone los muertos, y sigue en el camino de cambiarlo todo. Porque como supo expresar Benjamin, si el enemigo triunfa, ni siquiera nuestros muertos estarán a salvo.