Cobertura: Candela Rivera
La noche del 7 de octubre en El Teatro Flores había variedad de remeras con estampas de bandas emblemáticas del rock nacional, birras en mano y abrazos entre amigos. No era una simple fecha en el calendario: era la Kermesse Redonda, el ritual de los fanáticos de Los Redondos.
Las luces se apagan y empieza a sonar Oktubre. En el escenario, Sergio Dawi con su saxo representativo y Semilla Bucciarelli con el bajo que acompañó a Los Redondos por más de veinte años. Junto a ellos, Tito Fargo en guitarra, Hernán Aramberri en batería, Mariano Pirato en teclados y Oscar Kamienomosky en la segunda guitarra.
Comienza a cantar Jorge Cabrera, y el pogo no tardó en encenderse. Nuestro amo juega al esclavo, Me matan, limón, Música para pastillas y Fusilados por la Cruz Roja fueron los primeros temas que retumbaron en las paredes del teatro.
Durante el show, unas medias de red y unos tacos blancos puntiagudos subieron al escenario con un micrófono en mano. La voz de Leticia Lee interpretó temas como Yo no me caí del cielo, Todo un palo, Ropa sucia y Mariposa Pontiac, entre otros, junto a la participación de El Chino Laborde, con su voz rasgada y firme.
Entre pogo y pogo, hubo una imagen que se robó la mirada de muchos: un hombre de unos setenta y pico, agarrado de la valla con la mano en alto, cantaba con los ojos cerrados. A su lado, un nene de unos ocho años, con ambas manos abiertas, cantaba con el corazón. No fue solo una imagen tierna: fue una representación de lo que pasa en la Kermesse Redonda. No solo interpretan canciones, también despiertan emoción y mantienen viva una historia que sigue escribiéndose en cada recital.
El cierre fue con Ji ji ji. Nadie se guardó nada. El pogo fue inmenso.
Cuando las luces se encendieron, la calle volvió a llenarse de humo, risas y conversaciones. Afuera, los vendedores ofrecían remeras, llaveros y pósters. Adentro, quedaba la sensación de haber asistido a una ceremonia.
