María Sola se inscribe en la tradición de artistas que manejan tanto el lenguaje visual como el literario. Mujer deshabitada, su primer libro de relatos, es una muestra de eso: algunas de sus pinturas inauguran los apartados que dividen los textos creando así un vínculo en el que ambos lenguajes se resignifican y potencian.
Relatos donde prima el extrañamiento, imaginarios donde el realismo se quiebra y asoma lo fantástico.
La autora, discípula de Alberto Laiseca, confirma con este libro su talento como creadora de originales universos.
“No se soportaban.
Pero todo radicaba en la cabeza, en la cara, porque de ella provenían los gestos, las miradas, los tonos, las expresiones que tanto los exasperaban.
Ya habían intentado todo y estaban a punto de explosión cuando uno de ellos en un ataque de ira dijo:
—Te arrancaría la cabeza.
Y por primera vez estuvieron de acuerdo.”
Fragmento del “Punto Cruz”.
¡Usted es una genia!, rugía Laiseca cada vez que María Sola terminaba de leer alguno de sus relatos en el grupo de taller que compartimos entre 2013 y 2014, un par de años antes de su muerte. María había llegado con unos pocos relatos en una carpeta: algunos muy breves, pinceladas sutiles que dejaban adivinar pequeñas escenas inconclusas, como si estuviéramos espiando a través de una cortina o tratáramos de escuchar la conversación de los vecinos apoyando un vaso contra la pared. Otros un poco más extensos, rozando el género fantástico o, mejor dicho, la narración desenfocada. Durante dos años vimos cómo su carpeta iba creciendo al ritmo de su trabajo, cómo la sensibilidad de María Sola, eso que Laiseca llama genio, nos iba atrapando, envolviendo como un hilo invisible. La carpeta ahora devino en este precioso libro de relatos, Mujer deshabitada. Seguramente, más de una vez en la lectura, ustedes también levantarán la vista de la página y dirán: María, usted es una genia.
Selva Almada
María Sola opinó siempre que escribir es como dibujar o pintar: sólo se trata de diferentes formas de lectura. Comenzó a dibujar a partir de un libro de Macedonio Fernández y, buscando su propia voz, se formó en talleres de artistas plásticos como Néstor Cruz, Oscar Mara y Carlos Cañás. Estudió Historia del Arte con Carlos Collazo y Raúl Santana. Participó de muestras colectivas e individuales. Obtuvo treinta y siete premios nacionales, provinciales e internacionales.
Coordinó un espacio de actividades plásticas en el Neuropsiquiátrico Moyano. Con el retorno de la democracia asistió al taller literario de Antonio Di Benedetto, donde inició un nuevo camino que años después se consolidó cuando conoció al maestro Alberto Laiseca.