LUCY PATANÉ cerró su gira Hija de Ruta con un Vorterix “hasta las tetas”.

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Cobertura: Kael Fotografía

Afuera, la ciudad estaba bajo alerta naranja, la lluvia empapaba las calles porteñas. Adentro, la tormenta fue la música, Lucy Patané, en el cierre de su gira Hija de Ruta, la transformó en un fenómeno natural imposible de contener.

La previa estuvo cargada de expectativa. El público hacía fila para comprar merch, los aplausos y silbidos crecían incluso antes de que se apagaran las luces. La apertura estuvo a cargo de Isla Mujeres, platenses que ya vienen rompiéndola y que con su energía dejaron al público en el punto justo para lo que iba a venir.

Cuando llegó el turno de Lucy, la oscuridad dominaba la sala. Con una linterna en mano fue revelando uno a uno a sus músicos, dejando al público ver apenas círculos de luz. Luego la vimos a ella, con un traje iridiscente que reflejaba, como un arcoíris, todos los colores posibles. Esa paleta infinita se volvió un espejo de su propio arte, como si en su música estuviera contenido todo el espectro sonoro. La guitarra, más que un instrumento, parecía una extensión de su propio cuerpo. Bastó el primer acorde para que todo se transformara en un torbellino.

La lista de invitadas fue extensa y variada, Paula Trama de Los besos, La chica Berreta, Las Parkour en el Geriátrico con un trío de voces que acompañaron gran parte de la noche, Meli Xilas en el saxo, Lucy Storino de Dum Chica y nuevamente Isla Mujeres, esta vez sobre el escenario junto a Lucy. Hubo momentos brillantes en cada aparición, pero hay dos que quedarán grabados en la memoria. El primero fue la interpretación de “Génesis” junto a Vivi Scaliza, a quien Lucy presentó como la mejor cantante del país. Bastó con escuchar la primera estrofa para que todo el público entendiera por qué. Hicieron una versión tan poderosa que hasta me atrevo a decir que superó cualquier recuerdo de la original. Y el segundo momento fue la sorpresa de la noche, la irrupción inesperada de Natalia Oreiro para cantar “Tu veneno”, desatando un estallido de gritos y ovaciones en todo el lugar.

Lucy tiene una presencia escénica única, se adueña del escenario sin esfuerzo, pero también lo comparte con generosidad, potenciando el arte de quienes la acompañan. Sus solos hipnóticos provocan un trance colectivo, mientras la gente responde cantando como si cada coro hubiera sido ensayado de antemano.

En lo personal, no hubo un instante en el que dejara de pensar que estaba presenciando uno de los mejores shows del año. Y lo es aún más porque todo estuvo protagonizado por mujeres, lesbianas y artistas queer, que no solo ocuparon un espacio tan grande como Vorterix sino que lo transformaron en un lugar de representación y comunidad. Hubo una tormenta que afuera se anunciaba como amenaza, pero que adentro se transformó en una celebración.

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