Reybruja presento su disco en The Roxy

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Fotos y cobertura: Evelin Caldelas

La noche del jueves en The Roxy se respiraba algo distinto. Afuera, el murmullo del público se mezclaba con la ansiedad de quienes esperaban un salto, no un show más. Reybruja subió al escenario y encendió la mecha: Gustar y Ofender no venía a complacer, sino a incendiar.

El fuego empezó con Virgencitas y Malvones y creció con cada riff, con cada verso que trasmitía actitud. Lupo, al frente, era voz y herida, detrás, la banda se movía como uno solo cuerpo. Las guitarras sonaban sucias y bellas. El bajo y la batería sostenían un pulso que se sentía más en el pecho que en los oídos. Las teclas de Martini pintaban el aire con un aura nostálgica, casi mística.

La sorpresa llegó cuando Santi, cantante de Radical, se subió al escenario para compartir Preso en Paraguay. La comunión fue inmediata: las voces se mezclaron en un grito colectivo que rompió la barrera entre público y escenario.

El público, mezclado entre caras nuevas y fieles del under, entendió rápido: lo que pasaba ahí no era solo música, era una afirmación de identidad. Reybruja no pide permiso, se gana su lugar con cada canción, con cada grito, con cada silencio que corta el aire antes del siguiente acorde.

Gustar y ofender es justamente eso: una provocación, una invitación al riesgo. Y esa noche, en The Roxy, el riesgo se volvió celebración.

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